PRÓLOGO

por JULIO VILLAR

villarBastaron dos encuentros fortuitos para que Juanjo Garbizu me pidiera que prologara este libro. Sucedió en la montaña, las dos veces en el camino de bajada de una cumbre. Un cruce de palabras amistosas y cómplices a modo de saludo, una conversación mínima entre dos respiraciones que casi pareció un mantra tibetano, estuvieron en el origen de todo. Fue un chispazo de simpatía, como una pulsación diferente en un momento en el que el corazón se relaja.
Luego, unos meses más tarde me llamó y vino la proposición. Hubo suerte, ya que por aquellos días me encontraba en Donosti.
Juanjo Garbizu es de los que abordan las cosas directamente, sin miedo a un posible batacazo. Es de los que se atreven a decir, a pedir como solo lo hacen algunos niños…. Grandezas de las almas que todo lo prueban. Y como el mundo es de los que se atreven, aquella tarde yo me fui con el manuscrito bajo el brazo camino de casa. Una sensación de sorpresa y de perplejidad me hizo empezar a leer estas páginas.
Naturalmente no llegué a casa, porque al momento, apartándome de mi camino, me dirigí hacia un parque en donde, sentado en un banco, comencé a libar –como un abejorro– entre aquellas misteriosas páginas.
Todo era nuevo para mí, el tono, los colores, la forma de expresarse. No tenía ni idea de lo que tenía entre las manos. ¿Un relato? ¿Unos cuentos? ¿Un ensayo?
Pronto me perdí en aquella selva de ideas, de sugerencias, de toques de atención. Estaba tan sorprendido por lo que leía como por la persona que me había entregado aquella carpeta.
A modo de sucesivas exposiciones, las cosas pequeñas, los detalles, los pensamientos, las experiencias, se iban colocando una tras otra en las páginas de este libro que a mí me recordó, desde un principio, los de aquellos pensadores germanos que todo lo miraban, que todo lo destripaban, intentando llegar al porqué de cada cosa.
Al cabo de pocos días comencé a escribir este prólogo. Me encontraba ante un trabajo exhaustivo, inusual, escrito con el entusiasmo que solo mi nuevo amigo podía desarrollar. Por lo que vi, el autor lo quería revisar todo: la poesía limpia de las pequeñas cosas, los sentimientos, la ética, la soledad, las prisas, la solidaridad, sus experiencias, las argucias y técnicas que todo montañero debe desarrollar. Y naturalmente, el uso de la tecnología moderna adaptado al medio natural. ¿Sabemos utilizar la tecnología sin convertirnos en sus esclavos? A través de su uso excesivo, ¿no estamos dejando de lado, sin darnos cuenta, las cosas esenciales?
Lo menos que se puede decir es que el mundo de la montaña necesita una llamada de atención, un pequeño tirón de orejas. Y este tirón de orejas debe de hacerse con humor, con socarronería, que es lo que no falta en este libro.
En la actualidad, el triunfo parece asignatura obligada en nuestra sociedad y, de una forma u otra, siempre está asociado a lo mediático: nada vale si no sale en los periódicos, o en la televisión, o si no rompe esquemas en las pantallas de Internet.
Y la montaña, una actividad que había nacido con vocación romántica, intimista, poética, libre, casi sagrada, no ha sabido escapar de todas estas influencias y se ha convertido últimamente en un espectáculo, en una extraña moda en la que no podían faltar ni los patrocinadores ni las banderas.
Coleccionistas de ochomiles han llenado el Himalaya de montañeros mediocres, personas que ni consideran que en el mundo pueda haber otras montañas, personas que ni valoran el lugar en el que están.
A través de los medios de comunicación las emociones se han convertido en frases estudiadas y escritas para vender algo que casi siempre está vacío, es zafio, cuando no es perverso.
La montaña se ha convertido en un mercado de ideas prefabricadas, de productos que se ofrecen igual que, no hace mucho tiempo, se ofrecían espejitos para conquistar al buen salvaje al que se trataba como si fuera tonto.
Ya no hace falta mirar a las estrellas para situarnos en la noche, ni saberse el nombre y las formas de las constelaciones, ni entender cómo se mueven las borrascas, o qué nos dicen las nubes. Ya no es necesario asombrarse ante el paso de las aves migratorias.
Éstas y otras muchas son las reflexiones que encontramos en este libro, cuyo hilo conductor no es nada más que el sentido común.
Aunque… no debiéramos desanimarnos. Pues también es verdad que la montaña está llena de gente que se acerca a ella con humildad e inteligencia.
Ya lo dijo Messner: sobran guías, tendríamos que volver al viejo y hermoso mapa, a la humilde brújula. Si no, ya no habrá lugar en la tierra para la aventura.
A veces, Juanjo Garbizu se pierde en sus consejos, en sus sugerencias, en sus conclusiones, pero con el encanto de un quijote que quiere arreglarlo todo. En estas páginas, cuando arremete con su lanza contra los molinos de viento, yo estoy con él, cabalgando en un viejo jamelgo e intentando que una cosa tan bella como es la montaña no se convierta en una vulgaridad.
Juanjo desmonta cuidadosamente la caricatura del viajero actual, la del montañero machote que se cree un supermán, la del triunfador del barrio que se pasea orgulloso por la alameda. Y con este libro nos quiere devolver el placer del vagabundeo y de la lentitud.
La tecnología y el progreso nos han dejado solos, perdidos en un universo de posibilidades casi infinitas y que tomadas al azar –además– casi siempre son falsas. Estamos despistados en medio de tanta inmensidad. Lo esencial es algo mucho más sencillo… y es evidente.
Estamos perdidos en un almacén de datos. En dos o tres generaciones hemos cambiado casi todos nuestros gestos milenarios.

Bienvenido sea pues este libro, que nos hará pensar.

2 respuestas a PRÓLOGO

  1. RafaRafael le Jurel dijo:

    Estoy de acuerdo con el mensaje, si nos dejamos llevar por la tecnología y el mercantilismo acabamos desorientados. La vida es más sencilla. Las naranjas saben mejor en mitad de una montaña, y el chuletón sabe mejor después de un pateo de 15km. Eso no se puede experimentar a través del facebook.
    El prólogo me ha encantado, y el libro caerá pronto. Enhorabuena!
    Un montañero malagueño

  2. Pingback: ‘Biblioteca de Verano’, sube a la montaña | José Manuel Contreras

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